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 Apresuradamente su caminar, Duñka iba caminando a la fábrica; era muy cerca de donde vivía. Media hora antes había  llegado Petya; él trabajaba de noche y seguro que ya dormía después del pesado  trabajo. La cama tibia siempre lista y la Nueva York ya repleta de gente tan  temprano. Apenas cuatro meses atrás, habían salido de su patria, tan  fría en ese momento. La pobreza y el hambre los castigaba duramente; vivían en la casa de los padres de Duñka, con su pequeña hija de año y medio, aún amamantada por su madre (...)

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