BERISSO EN PALABRAS
creado por Ángela Gentile
Una ciudad que encuentra en la palabra, la eternidad de su historia
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ETHEL LAMONEGA
Nació en Berisso
Caminemos…
No miremos las sombras,
miremos el paisaje.
la vida sigue igual,
seguro que diremos,
tal vez un rato antes…
tal vez un tiempo antes
del tiempo sin sonido.
sin reconocer en nuestra voz,
ese tono más grave.
Después…
Veremos todo claro… todo claro el paisaje…
todo claro y real como un tatuaje.
Todo claro y real, estoy segura
también para los otros,
Todo claro y real, como un tatuaje.
Caminemos…
No mires esas sombras…
de las nuestras
tal vez se apiade el ángel.
del libro LA BÚSQUEDA (2007)
A MIS NIETOS
Todos en uno mis poemas
para que se los queden
carrera en tierra
Abriendo sendas manos
al lápiz y al papel
para que se los lleven
garabatos; dibujos animados de angelitos;
conejos; ovejitas;
todos ellos cabecillas de actos valerosos
cazadores de sueños
los magos de la estrella, triunfadora
del cosmos de los santos
boquiabiertos del mapa.
Seductores, de azares.
La balanza
pesa entre entre sus dos platos flores...
Y... Sabrán...
los puentes son labor de ingeniería
y la carrera exige resistencia
me ofrezco de botella para el muelle,
mi bendición para que arranque el bote...
que el azúcar mezquina
de mis ojos
les de fuerza al timón y timoneles.
Ethel Lamonega
NO SABER
!Oh Dios¡...
Te llamé tantas veces...
Escuché tu respuesta
en el silencio grave...
En la sábana negra brillaban
hermosas, la luna y las estrellas.
Y en la rosa roja que perfuma
este lugar del patio.
Medité largo rato.
Me marcaba el silencio.
Te hice una pregunta.
Creí oír tu voz en el canto de un pájaro.
!Oh Dios¡
Tu que tienes las fuerzas,
indícame el camino.
Caminaré entre ciénagas...
Por túneles ocultos,
para hallar a quien busco tanto.
Da una señal !oh Dios¡...
Medite tanto...tanto...
que retorné a la infancia.
Vi también hombres malos.
Pretendí asir las alas armoniosas de un pájaro
y remonté a la magia por ver la luz de un cambio.
Como la tranquilidad de una respuesta a los
desesperados, que como yo esperan a
los ausentes,
sin llorarlos.
Y tuve que cerrar fuerte los ojos,
por no ver que en la cruz
eras mi propio hermano.
Ethel Lamonega (1978)